Pero lejos de decir al país que Caamaño estaba muerto como lo sabía y se había compungido ante el empresario que lo escondía en su apartamento, Bosch se hizo eco de una publicación norteamericana (The Washington Evening Star and Daily News) que también ponía en duda la existencia de guerrillas
Mientras los cinco guerrilleros que sobrevivieron al sorpresivo ataque en la mañana del viernes 16 de febrero de 1973 trataban de salir de la loma Cuero de Puerco, al este de la carretera Ocoa-Constanza, en horas de la tarde de ese día era asesinado el coronel Caamaño en la pequeña planicie de Sabana Quéliz.
Ya en la noche, exactamente cuando los guerrilleros iniciaban una larga marcha con rumbo Este, en el Palacio Nacional se preparaba la cobertura gráfica de los cadáveres de Caamaño, Lalane José y Pérez Vargas que tendría el objetivo de despejar las dudas acerca de la existencia de la guerrilla y de la muerte del líder militar constitucionalista.
Las fotografías tomadas por el reportero gráfico Antonio García Valoy, quien fue llevado al lugar por la Secretaría de las Fuerzas Armadas junto al camarógrafo Eladio Guzmán y el periodista José Goudy Prats en horas de la madrugada del sábado 17 de febrero, ocuparon las primeras planas de los matutinos del día 18.
El periodista Miguel Franjul, actual director de Listín Diario, en su libro “Bosch; noventa días de clandestinidad” (Amigo del Hogar, 1998), escribe que el informe militar sobre la muerte de Caamaño coincide con el cambio del lugar de ocultamiento de Bosch, quien por las diligencias de Antonio Abreu ocuparía un apartamento en la Calle 22 del ensanche Serrallés donde vivía un comerciante del ramo de los seguros.
Franjul consigna que “en conversación franca con su anfitrión, Bosch le dijo que Caamaño era el único dominicano que en esos momentos reunía dos condiciones excepcionales al mismo tiempo: la de líder militar y líder político, y bastante impresionado por su muerte, se llevó las dos manos al rostro y con lágrimas en los ojos se lamentaba: -Caamaño no tenía derecho a dejarse matar… no tenía derecho a dejarse matar”.
Esa era la escena que Bosch ponía ante el hombre, identificado solo como “El Oligarca”, que lo acogía en su ocultamiento.
Sin embargo, en lo que el mismo Bosch mandaba a publicar a través de sus manuscritos se decía algo muy diferente.
Anunciada la muerte de Caamaño y publicadas dos días después las fotos de su cadáver junto a Eberto Lalane José y Alfredo Pérez Vargas, Bosch tardó diez días para reaccionar públicamente esperando obviamente que Balaguer hablara ante la Asamblea Nacional el 27 de febrero como lo hizo e informó la práctica liquidación de las guerrillas con la muerte de su líder.
Pero lejos de decir al país que Caamaño estaba muerto como lo sabía y se había compungido ante el empresario que lo escondía en su apartamento, Bosch se hizo eco de una publicación norteamericana (The Washington Evening Star and Daily News) que también ponía en duda la existencia de guerrillas y prefería creer el cuento de que Balaguer andaba en tretas para retener el poder el año siguiente.
Pero Bosch fue más claro cuando dijo en su manuscrito para la prensa de fecha 28 de febrero de 1973 (para consumo del pueblo): “Yo estoy entre los que dudaron y siguen dudando (la existencia de la guerrilla)” porque Balaguer y las Fuerzas Armadas lo acusaron de ser instigador del desembarco y como eso era falso “… muy bien podía ser falsa también toda la historia de la invasión”.
En los días subsiguientes Bosch siguió poniendo en duda (públicamente) la muerte de Caamaño por la “inexistencia de guerrillas” y tal vez en ello influyó la publicación de una entrevista de Toribio Peña Jáquez en el vespertino Última Hora el 3 de marzo de 1973 en la que afirmaba que la expedición era cierta pero que todos los guerrilleros seguían con vida.
Aunque Bosch no creyó en la versión de Peña Jáquez llevada por Federico Lalane José un mes atrás, ahora que el guerrillero mostraba sus atuendos y armamento, decir que la guerrilla no existía era una terquedad muy conveniente.
Solo tres días después de la publicación de las declaraciones de Peña Jáquez, Bosch ordenó cambiar la línea política del PRD de llevar a Balaguer a su propia legalidad porque “la insistencia del gobierno en actuar ilegalmente nos obliga a darla por superada y a sustituirla por otra más apropiada para el porvenir inmediato que le espera al pueblo dominicano”.
La conclusión no puede ser más lógica: Con una guerrilla en la montaña dirigida por el “líder militar y político excepcional que no tenía derecho a dejarse matar”, la táctica era la lucha por la legalidad. Asesinado el coronel Caamaño y con el grupo guerrillero restante aislado bajo pinares a 2,600 metros sobre el nivel del mar sin alimentos ni ningún otro apoyo, era hora de cambiar la táctica por otra más apropiada.
Me consta que esa táctica fue dividir al PRD, destruir el Bloque de la Dignidad Nacional que se estaba constituyendo en un Frente Único de toda la oposición al gobierno y facilitar la reelección de Balaguer un año después pese a la creciente movilización popular que levantó el Acuerdo de Santiago liderado por Peña Gómez.
Ante la movilización electoral dirigida por Peña Gómez para consolidar la candidatura presidencial de Antonio Guzmán y la vicepresidencial del general Elías Wessin y Wessin para las elecciones del 16 de mayo de 1974, dos factores interactuaron para impedir una victoria masiva: la prédica de Bosch de quien intentara ganarle unas elecciones a Balaguer era un loco, y la represión abierta contra las caravanas y reuniones de la oposición al extremo que en el mes de abril, ante la sensación de derrota, los jefes militares enviaron los soldados a las calles adornando sus fusiles con banderas coloradas del gobernante Partido Reformista.
La guerrilla en la montaña quedó reducida en sus posibilidades de combatir y sobrevivir, pero aun así dio lecciones de heroísmo y capacidad de eludir la persecución durante otro mes hasta que cayó en una emboscada en la que fueron gravemente heridos y posteriormente asesinados Galán Durán (nuevamente cae el jefe) y Juan Ramón Payero Ulloa. Hamlet Hermann, que iba último en la marcha de la columna de cuatro, no fue herido; Claudio Caamaño, que fue cogido en el centro junto a los dos que cayeron, logró hacer cuerpo en tierra sin ser herido por las ráfagas de ametralladora que pasaron a escasas pulgadas de él. Hamlet y Claudio sobreviven pero no volvieron a juntarse más en el monte.
Hamlet entró a la periferia de Villa Altagracia y fue apresado por guardacampestres del central Catarey que lo entregaron a los militares, mientras que Claudio logró caminar hasta la capital por las montañas eludiendo la persecución militar y se asiló en la embajada de México.
Después de anunciada la muerte de Caamaño y con el resto de los guerrilleros moviéndose en dirección al valle de Rancho Arriba y la autopista Duarte, la presencia militar en Ocoa quedó mucho más reducida, las tropas en la pequeña ciudad eran mucho menos y el movimiento de helicópteros en esa dirección no tenía la misma intensidad.
Los jóvenes que hacíamos pequeñas incursiones a las montañas más próximas soñando con encontrarnos con guerrilleros tuvimos un día dos sorpresas. La primera fue un paquete de hojas sueltas en la zona de El Guasabaral, entre Ocoa y Sabana Larga, en la que se pedía a los guerrilleros que se entregaran a las autoridades bajo promesa de garantizarles sus vidas porque su líder había muerto en un encuentro con las tropas regulares.
Ese mismo día mientras bajábamos de regreso a Ocoa al atardecer nos sorprendimos al ver un jeep Toyota de la Policía Nacional, color gris, que iba aguas arriba sorteando piedras por un lugar donde usualmente no transitaban vehículos.
Media hora después el jeep nos alcanzó aguas abajo y cuando estuvo junto a nosotros luchando por salir de una pequeña cañadita vimos que en la parte trasera llevaban un hombre uniformado tendido que era auxiliado por otros soldados.
Cuando el chofer que todos conocíamos como “El Pingüino” se bajó para mirar el obstáculo que impedía el paso del vehículo en la semioscuridad, le lancé la pregunta directa aunque en voz baja: -¿Mataron otro guerrillero, Pingüino?
-¡No! Fue que ese guardia se hirió accidentalmente en la emboscada que está en los dos ríos –respondió.
Los dos ríos era la confluencia del Ocoa con su afluente El Canal.
Era increíble que la muchachada había estado pasando por ahí gritando vivas a la guerrilla y a Caamaño y nunca vimos la emboscada. Es natural que su misión no era la de dar susto a adolescentes, sino cortar el paso a cualquier revolucionario adulto que tomara un arma en la ciudad e intentara ganar el monte para unirse a los guerrilleros.
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