“Te quitan la voluntad, te hacen dudar hasta de tu propio nombre”, narró el martes Blanca Castro, esposa de uno de los líderes de la secta Defensores de Cristo, desmantelada en enero pasado en México, durante una conferencia de prensa ofrecida por víctimas.
Autoridades mexicanas de migración irrumpieron el 25 de enero pasado en una finca en Nuevo Laredo (noreste del país), para desmantelar esta secta que, según la Red de Apoyo a Víctimas, con sede en Argentina, llegó a tener presencia vía internet en 80 países, con unas 4.000 víctimas en México y 10.000 en el resto de los países.
Un total de 24 integrantes, 14 extranjeros -entre ellos el líder español Ignacio González de Arriba- y 10 mexicanos fueron detenidos.
“Me hicieron comer vísceras crudas, y ¿sabes qué? con hambre te comes lo que sea”, relató Castro, quien señala que fue violada, obligada a participar en orgías, encerrada y golpeada.
La mujer que se casó en 2009 con el venezolano Losanger José Arenas Segovia, uno de los líderes de la secta ahora detenido, describió el profundo pozo de sufrimiento en el que vivió durante los 10 meses que estuvo retenida y del que huyó a Perú, donde se escondió hasta que la secta fue desmantelada.
Blanca Castro dijo que poco después de casarse con el venezolano, quien utilizó su casa y negocio como base para la secta, llegó González, máximo líder de la organización, ahora preso, y quien se hacía llamar “Cristo encarnado”.
El señuelo para captar a sus víctimas eran cursos vía internet de bioprogramación, salud alternativa, poderes psíquicos y magia y sexualidad, entre otros.
Estos cursos empezaron a impartirlos desde 2004 vía internet y de manera presencial en 2010. Sus precios iban desde 1.300 dólares a 130.000 dólares, según un comunicado elaborado por la Red de Apoyo a Víctimas (Ravic).
Según esta organización, en México hay al menos siete sectas en diferentes partes del país.
Lo más caro era comprar un lugar como “apóstol de Cristo”. Estas personas llegaban a vivir en la finca, a la que ellos llamaban El Monasterio, en la que se convertían en esclavos y eran los encargados de enganchar a los adeptos que recibían cursos.
Lo más caro era comprar un lugar como “apóstol de Cristo”. Estas personas llegaban a vivir en la finca, a la que ellos llamaban El Monasterio, en la que se convertían en esclavos y eran los encargados de enganchar a los adeptos que recibían cursos.
“Yo vi como llegaban de Chile, Bolivia, España, con sus maletas y el dinero que les era exigido en efectivo”, recordó Castro, quien mostró correos electrónicos en los que los líderes enviaban a sus víctimas las cifras que tenían que pagar.
Los adeptos eran tratados con extrema crueldad recibiendo todo tipo de vejaciones, maltrato emocional, tortura psicológica y humillaciones, señaló la organización.
Ravic ha encontrado cuentas bancarias de la secta en México, Venezuela, España, Colombia, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Bolivia, Ecuador y Perú. Allí recibía pagos por cursos ‘on line’, que en su mayoría no eran entregados.
“Te quitan la voluntad, te hacen dudar hasta de tu propio nombre”, narró el martes Blanca Castro, esposa de uno de los líderes de la secta, desmantelada en enero pasado en México, durante la conferencia de prensa ofrecida por víctimas.
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