sábado, 13 de abril de 2013

El Charles Bronson chileno: o idénticamente igual



Hace algunos años apareció en la televisión de nuestro país una serie de comerciales que publicitaban una marca de jeans norteamericanos. Su protagonista era Charles Bronson. De este modo, tanto el producto como el modelo formaban una perfecta síntesis de esa tendencia motivacional publicitaria que exalta la superioridad de lo foráneo: si un ídolo del cine usa un determinado producto, ese producto debe ser necesariamente de calidad. Pero el silogismo no funcionaría si no se basara en una predisposición psicológica profundamente arraigada en la masa consumidora. No es la primera vez que la publicidad de dobles de los célebres de otras latitudes se transforma en motivo de interés masivo en nuestro país. Una vez se hizo un largometraje basándose exclusivamente en esos mecanismos de reproducción (Hollywood es así, de Jorge Délano, año 1944), y más recientemente se han originado exitosos concursos de televisión en que se premia a los socios de los famosos y programas televisivos que son una grotesca copia o una mala parodia de espectáculos comerciales norteamericanos.
¿Somos una comunidad tan despersonalizada que sólo podemos reconocernos en los ídolos que fabrica la industria del espectáculo transnacional? A partir de esa interrogante, el cineasta Carlos Flores (Pepe Donoso) inició un reportaje filmado a ese personaje que disfrutaba de popularidad debido a una semejanza física. Y descubrió a Fenelón Guajardo. Sin prejuicios ni intención manipuladora, el realizador se va aproximando a una personalidad que se revela como una curiosa síntesis entre cierta tradición chilena y el producto alienado de los mass media. Cuando Fenelón cuenta su vida, mezcla desinhibidamente sus vivencias de “roto nortino”, que corresponde a una cierta manera chilena de ser: disimuladamente jactancioso, moderadamente mitómano, individualista, ingenuamente conformista, con las fantasías que el héroe cinematográfico, al cual copia, vive en la pantalla.
Dejándolo hablar extensamente ante la cámara, reproduciendo en imágenes algunas de sus aventuras reales, encuestando al público que lo observa, Flores efectúa un verdadero ensayo de antropología cultural que nos revela más sobre el carácter del chileno que muchos escritos. Pero no satisfecho con esta perspectiva, que sitúa ya a esta película como la primera manifestación de un cine de indagación absolutamente necesario para nuestra realidad, Carlos Flores insta a Fenelón Guajardo a hacer su propia película.
Transformado en director y actor, el Charles Bronson chileno pone en escena una de sus aventuras verdaderas y la cámara de Flores filma a Fenelón dirigiendo una escena de su propia película, la que luego vemos montada y sonorizada. Especie de construcción en abismo, el documental muestra a Fenelón que se filma a sí mismo, cómo se ve viviendo una aventura que él considera real, pero que reconstruye a partir de todas las convenciones del cine de aventuras.
Es lamentable que esta valiosa experiencia de Carlos Flores haya sido copiada en definitiva en video —con todas las limitaciones de difusión que ello implica en nuestro país— y no en cine, como había sido concebida originariamente.

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