Sólo una borrachera de poder, alimentada por turiferarios, limpiasacos y chupamedias de su entorno, empujarían al presidente Leonel Fernández a embarcarse en la aventura incierta de la reelección para un tercer mandato consecutivo.
Suponemos que no está borracho de poder, por más adulonería, lisonjas y lambonería que sienta a su alrededor de parte de quienes, ansiosos por seguir sacando provecho personal de los privilegios que enuentran en el Gobierno, se empecinan en involucrarlo en tal proyecto.
Leonel, más que nadie, está consciente de los catastrófico que pudiera resultar para su hasta ahora exitosa carrera política y para su futuro histórico, lanzarse a la travesía reeleccionista.
Él, más que todos los que conforman el coro de la adulonería que le canta sin cesar el tema de la reelección, sabe que los vientos no soplan a su favor (todo lo contrario) para asumir una empresa como la de referencia.
Fernández es un político avezado, concienzudo, prudente, con un gran sentido de la historia, y sabe que, en lo concerniente a proyectos de presidentes latinoamericanos que han buscado repetir en el poder para un tercer período consecutivo, en el contexto del experimento democrático como el que se vive en República Dominicana, el asunto ha resultado devastador.
El caso Fujimori en Perú es un referente má que convincente en ese sentido.
Leonel quisiera que su imagen hsitórica, para el futuro, esté lo más limpia posible; que se le reconozca como un gran político, como un gran presidente, como un gran estadista, y lanzarse tras la reelección pondría en riesgo ese gran anhelo suyo.
Y tomando en cuenta eso es probable que se mire en el espejo de su homólogo brasileño Inasio Lula Da Silva, quien está a pocas hora de salir del poder y lo va a dejar con un 87% de aceptación en la población, indudablemente un record. O el caso de Alvaro Uribe, de Colombia, quien, aunque no alcanza el puntaje de Lula Da Silva, lo cierto es que salió de la presidencia con el 70%. Lo anterior para para sólo citar dos casos.
Leonel desearía dejar el poder con esos niveles de aprobación, de manera tal que le permita, luego de una tregua como gobernante, retornar al poder, por ejemplo, a través de un proceso eleccionario que bien pudiera ser el 2016, asumiendo por demás que es un hombre joven.
El estado de cosas prevalecientes en la República Dominicana, como consecuencia de la corrupción que se ha enseñoreado en su gobierno y que, evidentemente, le resulta imposible controlar; funcionarios que hace y deshacen sin que su superior los llame a capítulo, la violencia y la inseguridad ciudadana; la violación de leyes tan vitales como la de Educación (66-97) por parte de las propias autoridades, las desigualdades sociales y el deterioro social a todos los niveles, le presentan a Fernández un cuadro adverso para ir tras la reelección. Leonel se observa como un mandatario que no tiene control del gobierno ni de sus subalternos.
Pudiera embarcarse en esa empresa, y, haciendo uso a sus anchas de los recursos del Estado (para lo que ha demostradod que no tiene miramientos), hasta ganar las elecciones, pero es muy probable que no culmine período; que se produzca un estallido social inmanejable y eche a zozobrar su carrera política. Eso lo sabe Leonel. Como sabe, también, que los poderes fácticos, como la iglesia Católica, una parte importante del sector industrial y empresarial, se oponen a un nuevo proceso reeleccionsita, a lo que hay que sumar la crisis que se generaría dentro del partido de gobierno, que, precisamente él preside, el de la Liberación Dominicana; crisis que, inclusive, pudiera provocar la división de esa organización política
Es por ello que, a pesar de que los turiferarios insiste, a pesar de que los chupamedias que tiene a su lado insistan; a pesar de que inclusive se han puesto a circular formularios buscando firmas para un referendo, no creemos que Fernández se involucre en tan riesgosa aventura.
Esperemos, a ver.
Suponemos que no está borracho de poder, por más adulonería, lisonjas y lambonería que sienta a su alrededor de parte de quienes, ansiosos por seguir sacando provecho personal de los privilegios que enuentran en el Gobierno, se empecinan en involucrarlo en tal proyecto.
Leonel, más que nadie, está consciente de los catastrófico que pudiera resultar para su hasta ahora exitosa carrera política y para su futuro histórico, lanzarse a la travesía reeleccionista.
Él, más que todos los que conforman el coro de la adulonería que le canta sin cesar el tema de la reelección, sabe que los vientos no soplan a su favor (todo lo contrario) para asumir una empresa como la de referencia.
Fernández es un político avezado, concienzudo, prudente, con un gran sentido de la historia, y sabe que, en lo concerniente a proyectos de presidentes latinoamericanos que han buscado repetir en el poder para un tercer período consecutivo, en el contexto del experimento democrático como el que se vive en República Dominicana, el asunto ha resultado devastador.
El caso Fujimori en Perú es un referente má que convincente en ese sentido.
Leonel quisiera que su imagen hsitórica, para el futuro, esté lo más limpia posible; que se le reconozca como un gran político, como un gran presidente, como un gran estadista, y lanzarse tras la reelección pondría en riesgo ese gran anhelo suyo.
Y tomando en cuenta eso es probable que se mire en el espejo de su homólogo brasileño Inasio Lula Da Silva, quien está a pocas hora de salir del poder y lo va a dejar con un 87% de aceptación en la población, indudablemente un record. O el caso de Alvaro Uribe, de Colombia, quien, aunque no alcanza el puntaje de Lula Da Silva, lo cierto es que salió de la presidencia con el 70%. Lo anterior para para sólo citar dos casos.
Leonel desearía dejar el poder con esos niveles de aprobación, de manera tal que le permita, luego de una tregua como gobernante, retornar al poder, por ejemplo, a través de un proceso eleccionario que bien pudiera ser el 2016, asumiendo por demás que es un hombre joven.
El estado de cosas prevalecientes en la República Dominicana, como consecuencia de la corrupción que se ha enseñoreado en su gobierno y que, evidentemente, le resulta imposible controlar; funcionarios que hace y deshacen sin que su superior los llame a capítulo, la violencia y la inseguridad ciudadana; la violación de leyes tan vitales como la de Educación (66-97) por parte de las propias autoridades, las desigualdades sociales y el deterioro social a todos los niveles, le presentan a Fernández un cuadro adverso para ir tras la reelección. Leonel se observa como un mandatario que no tiene control del gobierno ni de sus subalternos.
Pudiera embarcarse en esa empresa, y, haciendo uso a sus anchas de los recursos del Estado (para lo que ha demostradod que no tiene miramientos), hasta ganar las elecciones, pero es muy probable que no culmine período; que se produzca un estallido social inmanejable y eche a zozobrar su carrera política. Eso lo sabe Leonel. Como sabe, también, que los poderes fácticos, como la iglesia Católica, una parte importante del sector industrial y empresarial, se oponen a un nuevo proceso reeleccionsita, a lo que hay que sumar la crisis que se generaría dentro del partido de gobierno, que, precisamente él preside, el de la Liberación Dominicana; crisis que, inclusive, pudiera provocar la división de esa organización política
Es por ello que, a pesar de que los turiferarios insiste, a pesar de que los chupamedias que tiene a su lado insistan; a pesar de que inclusive se han puesto a circular formularios buscando firmas para un referendo, no creemos que Fernández se involucre en tan riesgosa aventura.
Esperemos, a ver.